domingo, 26 de septiembre de 2010
Carta de Moshe Benarroch a El Idrissi Mezouar
Estimado Mezouar:
Me preguntas por mi infancia y yo me sorprendo de nuevo, aunque ya no debería sorprenderme de esas cosas, ni de que me preguntes justamente sobre algo que estoy escribiendo en este mismo momento, mis cinco primeros años de vida en la calle Maaraka Annoual 21. ¿Por qué habría de sorprenderme, cuando estás traduciendo al árabe los poemas de mi libro "Esquina en Tetuán"?
Y, sin embargo, siempre es asombrosa esa forma que tiene la literatura de entrar en la realidad, como si todo lo que la separase de la ficción no fuera más que una ventana que uno tiene que abrir de vez en cuando para no asfixiarse.
El texto que escribo se titula "Pasaje Benarroch", que tal vez recordaras en la calle Mohamed V, muy cerca de la morería y la judería, casi al lado del palacio del rey en Tetuán. Durante los últimos diez años creí que aquel pasaje era de mi familia, aunque hace poco, al preguntar a mi madre, me dijo que nunca tuvo nada que ver con nuestra familia. Yo recordaba haber ido con mi padre a cobrar rentas, porque resulta que mi padre sí tenía otro inmueble en la calle Mohamed V, pero no era en el pasaje. Y me parecía muy literario que el pasaje estuviese relacionado con mi entorno familiar. A veces la literatura es más lógica y, tal vez, hasta más real que la realidad misma.
Bueno, así que nací y viví hasta casi mis trece años en la calle Maaraka Annoual 21, que se llamaba antes de la Independencia Cónsul Murphy, en una casa de muy bella arquitectura andaluza construida por mi abuelo y su hermano en los años treinta. Mi abuelo, Moisés Benarroch y su hermano Abraham tenían un negocio prospero llamado "Benarroch Hermanos" que suministraba a todo el norte azúcar, aceite y harina. Mucho dinero pasó por esas manos, y con ese dinero construyó muchísimos inmuebles en lo que hoy es el centro de Tetuán., similares a los que construían los judíos que volvían por entonces de las Americas con pequeñas fortunas.
Aquí hay una buena foto del inmueble.
Abajo creo que todavía esta el negocio de bicicletas. Yo vivía en el primer piso, y desde el pequeño balcón se veían las últimas montañas rifeñas. Un piso más arriba vivían mis primos y uno mas abajo otros primos de mi padre, los Nahon y los Bibas. En la misma planta vivía un musulmán de cuyo nombre, aunque lo intente, no me acuerdo ahora, aunque sí recuerdo que era carnicero. Estaba casado, pero no tenía hijos, y vivía con su mujer. Bueno, casi siempre, porque de tanto a tanto se peleaba con ella y cortaba los papeles, o sea, que la divorciaba según la sharía para presentarse luego delante del Caddi el día siguiente y casarse de nuevo. La leyenda cuenta que el Caddi dijo una vez que ya no los casaría otra vez, y entonces el carnicero se calmó un poco. Creo que en esa casa se vivió un gran amor, muy intenso y romántico.
No creo que te acuerdes de ese negocio de mi abuelo y hermano, pero tal vez sí hayas visto los "Almacenes Sananes" de mi abuelo materno, que vivía también en la calle Maaaraka Annoual, creo que en el numero 5; ahora, en esa casa hay un hostal con más de 20 habitaciones, que hospeda trabajadores llegados de otras ciudades. La última vez que fui a Tetuán, en 1996, estaba medio construido, y le dije al dueño que aquella era una casa prolífica y de mucha bendición -mis abuelos maternos tuvieron ocho hijos - donde abundaba la riqueza y era grande la generosidad. Mi abuelo paterno se convertía todos los viernes una especie de seguridad social judía, y desde la mañana venían todos los necesitados a hablar con él y a quejarse y a salir con algunos billetes para sobrevivir la semana siguiente o para hacer un Chabbatt más lucido. A eso de las tres llegaba el turno de los nietos, y nos sentábamos todos en las escaleras y esperábamos a que nos llamara uno a uno, y cada uno recibía unas monedas. Existía toda una jerarquía en el repartimiento: los que llevaban su nombre, recibían siempre un poco más, y los hijos de los hijos recibían más que los hijos de las hijas, y los varones más que las hembras, etc… Creo que fue allí donde me rebelé por dentro y por primera vez contra la injusticia de la discriminación.
Entre la calle Mouquauma y Mohamed V, en lo que llamábamos el ensanche, habitaba toda la mi familia y casi todos los judíos que habían abandonado la judería para instalarse en la ciudad nueva. La nuestra era una vida de primos y tíos, que se desarrollaba siempre en una atmósfera extremadamente familiar. Después estaba la escuela, EL Ittihad Maroc, una escuela judía en el corazón mismo del mundo musulman que todos conocíamos como La Alianza, y en la que estudiaba algún que otro cristiano o musulmán. La institución, que fue la primera que fundó, en 1862, La Aliance Française, cerró sus puertas definitivamente en 1974. A sus aulas íbamos por lo general andando, aunque a veces volvíamos en el trolley, y casi siempre pasábamos por La glacial, que se llenaba al mediodía de alumnos que hacían interminables colas para hacerse con alguno de sus buenos helados y después llegar sin hambre al almuerzo. Los veranos veraneábamos en las playas del mediterráneo, primero en Martíl, después en Restinga y, durante los últimos años, en Cabila. Viajábamos a menudo a Tánger y a Ceuta, ya fuese para pasear, para comprar algo o para ir al dentista. Recuerdo los pasteles de Port, y la tienda Kent donde siempre se encontraba algo más de lo que se buscaba, así como los deliciosos bocadillos de Brahim. Recuerdo todos esos años en forma de fragmentos, como el de Fatima -mi segunda madre- volviendo de Bélgica con el bolso lleno con cajas de chocolates para un muchacho de ocho años que ante ella no sabía cómo reaccionar, o llevándome a la escuela...
Dame tiempo para acoplar y escribir esos fragmentos, y gracias por invitarme a recordarlos.
Mois
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