jueves, 11 de febrero de 2010

Carta de Stefan Sweig a Alfredo Cahn


Salzburgo, Kapuzinerberg 5, 6 de junio de 1933

Querido señor Cahn:

Le agradezco mucho su amable carta. La situación alemana lo agobia a uno no tanto por la actitud del gobierno, que solamente cumple con su programa partidario, conocido desde hace mucho tiempo, sino por lo que yo siento como oprimente, la cobarde y temerosa actitud de nuestros camaradas locales, que incluso no están afectados, y entre los cuales no hay uno solo que hasta ahora haya encontrado el coraje de pronunciar una palabra libre y terminante. Furtwängler lo ha hecho, por Bruno Walter y por la música, sin que esta conducta lo haya perjudicado en lo más mínimo. Pero Gerhard Hauptmann y todos los demás callan, y lamentablemente ese silencio puede ser considerado como consenso.
Lo que encuentro más peligroso es que ahora, sistemáticamente, en las escuelas se le enseña a toda la juventud que Alemania siempre ha tenido razón, y que está en su derecho y todas las otras naciones, razas y religiones están equivocadas; que a consecuencia de tal educación escolar y de una prensa cada vez más unificada, la juventud es inducida, absolutamente convencida, a esa “espiritualidad”; que se considere el pacifismo como cobardía y neurastenia, y se elogie la guerra como auténtica virilidad e ideal moral. Y así, realmente entusiasmada y sin duda sincera, con fe constante y ojos azules, toda una generación nueva marcha ahora al encuentro de mesiánicas promesas que, según mi opinión puramente lógica y racional, no pueden cumplirse, porque Alemania vive entre las otras naciones y me resulta imposible imaginarme una hegemonía real del espíritu y el poder.
¡Qué atroz el despertar de una psicosis semejante! Por eso los círculos dirigentes recurren a todo para evitar ese despertar. Se opera con los narcóticos más fuertes, y con desfiles, celebraciones y procesiones espléndidamente escenificadas se crea un “discurso del vencedor”, una exaltación antes de la verdadera batalla, como después de obtener una victoria. Es verdad que diez años en la vida de un pueblo son sólo un suspiro, pero en nuestra vida privada, a la que la guerra y sus consecuencias ya le han arrebatado una buena parte de despreocupada seguridad, es claro que son una carga pesada y probablemente irreparable. Hay que recluirse en uno mismo y en el propio trabajo. Según mi parecer, una real resistencia es tan imposible como fue en 1914, en el momento de la guerra, hablar contra la guerra; en realidad sólo se la pudo establecer medio año después, cuando la primera borrachera se había disipado. Por eso tampoco yo escribiré ahora, y le pido que considere estas palabras como absolutamente confidenciales. Ya llegará la hora de hablar, sólo es necesario esperar el momento preciso.
Estuve en Suiza sólo por aquella conferencia. Mientras sea posible me quedaré aquí, porque en mi fuero interno considero peligroso emigrar, tanto como un llamamiento a otras naciones extranjeras. Los agravios que el gobierno alemán ha hecho, por ejemplo la quema de libros, no los ha hecho en secreto sino públicamente. Ha puesto en discusión sus actos y opiniones del modo más desembozado, por lo tanto es superfluo aludir especialmente a eso.
En este momento estoy trabajando en un libro sobre Erasmo de Rotterdam. Al principio la elección le puede parecer extraña pero es, a semejanza del Jeremías, el intento de representar en un símbolo una actitud moral que hoy está prohibida. Erasmo de Rotterdam fue un apóstol de la humanidad, [un ejemplo de] neutralidad del más alto rango, y fue vencido por su tiempo precisamente como nosotros por el nuestro; y como en el caso de Jeremías, quisiera aquí, en un libro histórico, celebrar la derrota de un pensamiento que sin embargo nunca podrá ser vencido.
(...) Si actualmente no llega allí ningún libro de Alemania, eso tiene una causa suficiente: que no se publica prácticamente nada, inter arma silent musae, la política ha dado muerte a la literatura.

Mil saludos de su 
Stefan Zweig

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