martes, 9 de febrero de 2010

Cartas filosóficas. Sexta carta: Sobre los presbiterianos


Voltaire

La religión anglicana se practica sólo en Inglaterra e Irlanda. El presbiterianismo es la religión dominante en Escocia. Este presbiterianismo no es otra cosa que el calvinismo puro, tal como fuera establecido en Francia y tal como subsiste en Ginebra. Como los sacerdotes de esta secta reciben de sus iglesias sueldos muy mediocres, no pueden vivir con tanto lujo como los obispos, por lo cual han tomado partido de predicar contra los honores que no pueden alcanzar. Figuraos al orgulloso Diógenes pisoteando el orgullo de Platón; los presbiterianos de Escocia se parecen a ese altanero y miserable razonador. Trataron a Carlos II con menos miramientos que Diógenes había tratado a Alejandro. Cuando tomaron las armas a favor de él, contra Cromwell, que les había engañado, hicieron escuchar a aquel pobre rey cuatro sermones diarios, le prohibieron el juego y le impusieron penitencias; Carlos se cansó enseguida de ser rey de aquellos pedantes y se les escapó de las manos como un escolar se escapa del colegio.
Frente a un joven y vivaz bachiller francés, que vocifera por las mañanas en las escuelas de teología y por las noches canta en compañía de damas, un teólogo anglicano es un Catón; pero ese Catón parece un cortesano comparado con un presbiteriano de Escocia. Este adopta maneras circunspectas y severo talante, porta un gran sombrero, un largo sobre- todo sobre una chaqueta corta, predica nasal mente y llama «Prostituta de Babilonia» a todas las iglesias cuyos eclesiásticos reciben cincuenta mil libras de renta y cuyos fieles son tan excelentes que los llaman Monseñor, Vuestra Grandeza, Vuestra Eminencia.
Estos caballeros, que también tienen algunas iglesias en Inglaterra, han puesto de moda en el país los aires graves y severos. A ellos se debe la santificación del domingo en los tres reinos; ese día está prohibido trabajar y divertirse, lo que es mucho más severo que lo que ordena la Iglesia Católica; nada de ópera, nada de comedia, nada de conciertos en Londres ese día; el juego de cartas también está expresamente prohibido, de manera que sólo las personas respetables y las llamadas personas honradas juegan ese día; el resto del pueblo se va a escuchar sermones, a la taberna ya las casas de las mujeres alegres.
A pesar de que las sectas episcopal y presbiteriana son las predominantes en Inglaterra, todas las otras son bien recibidas y viven en bastante buena armonía, mientras que la mayoría de los respectivos predicadores se detestan recíprocamente, casi tan cordialmente como un jansenista condena a un jesuita.
Entrad en la Bolsa de Londres, ese lugar más respetable que otros sitios donde se recitan cursos; veréis allí reunidos, para bien de los hombres, a representantes de todas las naciones. Allí el judío, el mahometano y el cristiano se tratan como si pertenecieran a la misma religión, y no dan el nombre de infieles más que a los que quiebran; allí un presbiteriano confía en un anabaptista, y un anglicano confía en la palabra de un cuáquero. Al salir de esas pacíficas y libres asambleas unos van a la sinagoga, otros a beber; uno le hace cortar el prepucio a su hijo mientras se musitan palabras en hebreo que él no entiende; aquellos se van a su iglesia a esperar, con el sombrero puesto, la inspiración divina, y todos están tan contentos.
Si en Inglaterra no hubiera más que una religión, se podría temer el despotismo; si hubiera dos, las gentes se degollarían mutuamente, pero hay treinta y todos viven en paz y dichosos.

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